ARTÍCULOS

Dorothea Tannig

La exposición  Dorothea Tanning. Detrás  de la puerta, invisible, otra puerta que se puede ver ahora en el Museo Reina Sofía de Madrid, es la más importante entre todas las realizadas de esta artista por ser la primera exposición retrospectiva, porque ha sido organizada con el apoyo de The Destina Foundation, la Fundación del Museo Reina Sofía y con la colaboración de la Comunidad de Madrid y porque su próxima itinerancia la llevará  la Tate Modern de Londres.  Y por último: porque evita el olvido de su obra.

 Aunque recientemente ya nos habíamos acercado a su trabajo en la exposición  comisariada por José Jiménez en el Museo Picasso de Málaga “Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo o en el mismo Museo Reina Sofía en la exposición  Formas biográficas, Construcción y mitología individual  comisariada por Borja Villel y Jean-Françoise Chevrier-  que como colofón eligió “Habitación 202. Hotel du Pavot” (1970) que también podemos ver en esta exposición, nunca habíamos podido ver en ocho salas de un museo una retrospectiva como esta.                                                                                                                                                                        

Lo cierto es que en 101 años da tiempo para mucho y mucho es lo que hizo en ese tiempo  (Dorothea Tanning,  1901-2012). Son 150  obras las que se pueden ver, hechas entre 1930 y 1997. Eso sí, las más representativas e importantes y que marcaron historia, son las surrealistas y las esculturas blandas.

Nació en un pueblo de  Illinois (EEUU) donde  estudió.  Más tarde fue a Nueva York  en busca de oportunidades.  Que encontró.  Y allí es donde vio la exposición  Fantastic Art Dada Surrealism de Alfred Barr en 1936 en el MoMA, que marco definitivamente  la línea de su trabajo.  En una fiesta en casa de Julian Leví conoció a Max Ernst, a quien un año más tarde  su mujer Peggy Guggenheim le encargo buscar artistas para una exposición que estaba organizando en su galería. Cuando él fue a su estudio se interesó por su obra, sobre todo por su autorretrato con el torso desnudo y una falda de algas “Birthday”.  Así fue como consiguió que se la la incluyera en la histórica exposición 31 Women de 1943 en Art of this  Century Gallery , la galería de Peggy en Nueva York. Según escribe esta última en sus memorias: (Dorothea) era una chica guapa del Middle West aunque pretenciosa, aburrida, estúpida, vulgar y que se vestía con un gusto pésimo, tenía bastante talento e imitaba la pintura de Max, cosa que le halagaba inmensamente. Sus ambiciones eran tan obvias que a veces producían vergüenza ajena. Tres semanas más tarde se casarón, con el consiguiente disgusto de Peggy Guggenheim y así consiguió la mayor enemiga que se puede imaginar.  El matrimonio duró 34 años hasta la muerte de Max Ernst, y gracias a él  conoció a muchos de los personajes más importantes del siglo XX.

Viendo la obra en su conjunto no es necesario saber quiénes fueron sus coetáneos  ya que con ella podemos hacer un buen recorrido por el arte del siglo veinte. Desde sus diseños para los almacenes Macy´s, pasando por el surrealismo, para acabar con las esculturas blandas, en todas  ellas vemos de donde vienen las influencias e influenciados.

Tras la muerte de su marido cayó en una fuerte depresión y  a partir de entonces empezó una frenética actividad que incluyó la escritura de libros de poemas con los que también consiguió  un gran reconocimiento.

Murió en su piso de la Quinta Avenida de Nueva York en 2012.

Tamara de Lempicka

Que mejor lugar para ver la obra de la artista polaca Tamara de Lempicka que el decimonónico Palacio de Gaviria, (C/ Arenal, 9. Madrid – hasta el24 de febrero de2019.  ) En este emplazamiento singular se muestra a modo de antológica sus pinturas y dibujos  y  se recrea la época dorada del Art Decó con objetos, muebles, fotografías y música de la época. Con la gran aportación de Gioia Mori, la comisaria de la muestra, del retrato inacabado de Alfonso XIII realizado en 1934 durante su exilio en Roma, del que tanto habló ella a la muerte del rey y que no había sido encontrado ni expuesto hasta ahora.

Su obra, siempre reconocible, se entremezcla con su vida y con sus ganas de ser única. De clase alta y más que acomodada descubre el arte durante un viaje a Italia acompañando a su abuela que la llevó a todos los museos de Florencia, Roma y Venecia. Ya casada con el conde Tadeusz Lempicki (un abogado que se negaba a trabajar)  vivió en San Petersburgo y con él se exilió en Paris tras la caída del imperio zarista, sin más fortuna que unas cuantas joyas que pudo sacar, y animada por su hermana Adrienne (primera polaca que se graduó como arquitecta y que haría el interiorismo de la famosa casa de Tamara en la rue Méchain) comenzó a estudiar arte en la Academie de la Grand Chaumiére  donde los cursos y los modelos eran gratuitos y luego con André Lhote, del que aprendería el neo cubismo.

Echaba de menos su opulenta vida anterior. Así que se prometió a si misma que cada dos cuadros que vendiera se compraría un brazalete hasta llenarse de joyas el brazo. Esto  le hizo pintar frenéticamente usando a  su hija Kizette y a su vecina Ira Perrot (con la que mantendría una relación homosexual durante décadas) como modelos. Pronto le llegaría la fama y no fue solo el  brazo el que se llenó de joyas. Conoció a  intelectuales, empresarios y continuó  frecuentando a los amigos de su clase a los que retrataba. Exponía en las mejores galerías, le compraban los museos. Le hizo un reportaje la revista Vanity Fair, sus cuadros fueron portada de Vogue. Salía todas las noches a los cafés, a bailar, a las casas “solo para mujeres”.  No se relacionaba con nadie que no fuera crítico de arte, alguien importante o un futuro cliente A pesar de toda esta vorágine, pintaba, e igual de glamuroso que fue su estilo de vida, también lo fueron sus cuadros.

La década comprendida entre 1925 y 1935  fue la mejor para ella y donde pintó sus obras más emblemáticas.

Casada ahora con el barón Kulffner y ante la amenaza de guerra, se marcha a América en 1939 y termina instalándose en Beverly Hills, donde brilló y mantuvo su vida de lujo y excesos.

Con la llegada del expresionismo abstracto fue olvidada y no fue hasta que redescubierta por Blondel y Plantin, que le organizadores de una exposición en su “Galerie de Luxemburg”en 1972, cuando se volvió a reconocer su trabajo.

La excentricidad la acompañó hasta el final en 1980 en Cuernavaca ya que pidió que sus cenizas fueran arrojadas al cráter del volcán  Popocatépelt.

Su paso por Hollywood nunca quedó en el olvido, así lo demuestra que sus grandes coleccionistas sean Madona, Barbra Streisand o Jack Nicholson

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